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miércoles, 18 de octubre de 2017

EL MISTERIO DE LA GATA NEGRA 2

Esta es la segunda parte de una bella gata negra y sus tiernos cachorritos En esta segunda parte del misterio de la gata negra, mamá gata se comporta como una valerosa madre. Pero mejor empiezo la historia, para que ustedes lo puedan ir descubriendo poco a poco. La panterita negra siguió en el jardín de María, sin permitir que nadie se acercara a sus cachorros. Ni siquiera se lo consentía a María que cada día le dejaba la comida en el jardín. Incluso le compró pienso especial con nutrientes suficientes, para que pudiera alimentar bien a los cachorritos.  La pequeña pantera estaba resplandeciente y el precioso arco iris de cachorros crecía en la tranquilidad y paz del jardín. Los pequeñines se pasaban el día jugando con la cola de mamá gata, adiestrándose en el arte de la caza. Los gatitos habían empezado a comer y cada día estaban más hermosos. Una noche cuando María y Pedro se habían retirado a dormir, ocurrió algo inesperado. La patera negra rugía como una fiera y los cachorros gemían asustado. María se despertó sobresaltada y llamó a Pedro:
-Pedro despierta, algo le ocurre a la gata y los cachorritos. No es normal que ruja así en plena noche. 
Los dos bajaron al jardín lo  más aprisa que pudieron. Abrieron la puerta y se mantuvieron en silencio. La nubes tapaban la luna y la oscuridad era densa. Todo estaba en silencio. A lo lejos pudieron contemplar los ojos brillantes de la bella pantera negra. Era como si hubiera librado una terrible batalla.  No podían descifrar que había ocurrido. Tampoco se atrevieron a acercarse a mamá gata que parecía una pequeña fiera a punto de saltar.
A la mañana siguiente, cuando María preparaba el desayuno. A través de la puerta de cristal de la cocina, pudo contemplar en el jardín, a nuestra hermosa pantera negra. Caminaba erguida, como si fuera marcando el paso. Detrás ella. Los siete pequeños peluditos la seguían, en fila. 
-¡Siete cachorritos!. A María se le heló la sangre en las venas. ----¿Dónde está el octavo peludito?. 
 ¡Un cachorrito ha desaparecido!. 
Mamá gata se los llevaba de aquel lugar peligroso. A María se le saltaron las lágrimas:
- ¡Pobrecita ha perdido uno de sus peluditos! 
-¿Quizás los ataco un animal? 
Mamá gata no se fue del jardín. Sólo cambió de lugar. Se fue justo al lado contrario, con sus hijitos.
Un día en que María estaba cocinando, sintió un extraño silbido. Se asomó rápidamente a la puerta del jardín y un grito de terror se le escapó de la garganta. Una serpiente silbaba mientras se erguía sobre sí misma.
De esa forma cruzó a la otra parte del jardín.
María no puedo reprimir la rabia:
-¡Maldita serpiente!. Seguro que fue ella la que atacó a la panterita y a sus cachorros.
Cuando llegó Pedro a casa le informó de lo sucedido y los dos buscaron al reptil durante horas, sin encontrarlo. Deducieron que después de la batalla con la pantera negra, el horrible bicho había decidido abandonar el jardín.
Pasó el tiempo y algo imprevisto volvió a suceder. Algo que hizo que María y Pedro tuvieran que ausentarse de su hogar durante mucho tiempo. A María se le partía el corazón pensando en la panterita negra y sus cachorros y en tener que separarse de ellos. Mamá gata ya no los amamantaba y era María la que siempre ponía un pienso especial para cachorros, que ellos comían muy satisfechos. Tampoco se los podía llevar, la bella pantera negra les había enseñado a no dejar que ningún humano se les acercara, ni siquiera María. La cruda realidad se imponía. María y Pedro se marcharon muy lejos de aquel lugar. Volvieron al cabo de un año, para revisar la casa y ponerlo todo en orden. María se acordaba de la bella panterita y los cachorros con tristeza, pensando que ya no los volvería a ver más.
Revistaron toda la casa y al asomarse a uno de los balcones María se quedó asombrada y un grito de alegría le salió de la garganta y del corazón.
-¡Mis cachorritos!
Al final del jardín, parecían dos esfinges egipcias. Uno blanco y otro negro. Cada uno en un extremo. Allí estaban dos bellos cachorros de la pantera negra. Parecían custodiar el jardín de Pedro y María. Bajaron a todo correr las escaleras y abrieron la puerta de cristal. Al escuchar el ruido, los dos bellos ejemplares saltaron desde el suelo a la valla y se encaramaron a ella. Tenían una musculatura fabulosa. A María se le llenaron los ojos de lágrimas por la emoción:
-¡Cuanto han crecido los pequeños cachorritos de mi pantera negra!.

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