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jueves, 30 de enero de 2014

El burrito de ojos de cristal acharolados

Dulzura/smoothness (I.M.S.T.)
Tenía los ojos de cristal acharolados. Miraba con grandes pupilas, como platos de porcelana relucientes.

Pobre burrito mío. Pobre peluche grande, derritiéndose lentamente bajo el tórrido sol.


Nació para sufrir. Vino a este mundo para que alguien cargara sobre él las alforjas hasta hacerlo reventar.

Se me desgarraba el corazón al contemplarlo intentado sostenerse en pie. A pesar de mi corta edad quería hacer algo para evitar su sufrimiento, pero en el fondo de mi alma era consiente de que no podía hacer nada. Quizás ofrecerle un trozo de pan para calmar su desconsuelo. Pero no era suficiente. Alguien aparecía de pronto y se lo llevaba por los caminos polvoreamientos, con las alforjas casi rozando el suelo. Mi pobre burrito murió en el tiempo. Su corazón descansó en paz. Nadie volverá a cargar sobre él el peso que su frágil cuerpo no puede sostener.

Pregunta sin respuesta y sin final:

-¿Por qué los seres humanos a veces no ven el dolor ajeno o no quieren verlo?.

Mi pobre burrito era un platero hermoso y suave y nadie vio nada más que aquello para lo que creían que había nacido.

Un día murió como todo muere en el tiempo. Su corazón dejo de latir. Sus ojos de cristal acharolados dejaron de mirar las estrellas y la luna. El sol se oculto para siempre en su camino.

Los burritos de ojos acharolados siguen naciendo y alguien vuelve a cargar sobre ellos el peso que no pueden sostener.

¿Por qué...?

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lunes, 13 de enero de 2014

Talladas en el dolor

Lágrimas
Mis lágrimas eran pequeñas gotas
cristalinas  talladas en dolor.
Mis lágrimas se reflejaban en la luna,
en el sol, en las montañas, en la lluvia
en mis largas noches sin descanso.
Mis lágrimas eran parte de mi alma.
Calladas, taciturnas, 
andando de puntillas, 
con el miedo reflejado en cada una 
de las gotas saladas y temblorosas. 
Mis lágrimas blanca y mudas, 
me acompañaban
y hacían anillos con el silencio azul
que huía al otro lado de la luna.
Mansas y dulces se deslizaban, 
besando los surcos naturales 
de mis labios y de mis mejillas níveas.
Llegaban hasta los huesos,
los humedecían, los calaban,
los trituraban de dolor
y  los devoraban.
Tensando los músculos 
como espinas de alambre. 
Torciéndolos sin piedad,
sin paz alguna, sin descanso.
Y todo se volvía de trapo, 
sin fuerza, sin voluntad,
sin palabras, sin vida.

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jueves, 9 de enero de 2014

Alas de libertad


Esta es la historia de un pequeñín  que no sabia la respuesta a estas dos preguntas:
-¿Qué era?
-¿Para qué había nacido?.  
A consecuencia de esto,  sufrió y lloró mucho, pensando que era un ser extraño y diferente a los demás.
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Había una vez en un bosque lejano donde se oía el canto de los pájaros y se respiraba el aroma a pino y a madreselva una gorriona suave y plumosa como el algodón. Esta tomó como pareja a un hermoso gorrión, de ojos aterciopelados de luz de luna.
Los dos se querían mucho y eran muy felices. Pronto empezaron a construir un nido con ramas y hojas secas que buscaban por todos los rincones del bosque.
La plumosa gorrioncita puso siete huevos de un blanco azulado, salpicados de graciosa pecas.
Al poco tiempo nacieron siete hermosos polluelos. Mama gorriona los cuidaba con esmero. Mientras papa gorrión se encargaba de buscar la comida para alimentarlos.
Un día en que soplaba el viento con gran furia, ocurrió una terrible desgracia. Era tanta la fuerza de la ventolera que arrastró a unos de los pequeñines lejos del lugar donde había nacido junto a sus hermanos. Golpeada y medio muerta, la pequeña cría fue llevada a miles de kilómetros. A un lugar llamado «El páramo del infierno».
Aquel terrible lugar parecía un desierto cubierto de niebla. En el se alzaban varios árboles  de color negruzco, desgarbados y desprovistos de hojas. También se distinguían muchas rocas agrestes y puntiagudas. A pesar de todo nuestro pequeñín, se puede decir que tuvo suerte. Podía haber muerto atravesado por uno de aquellos picos afilados, pero en vez de eso conservó la vida al caer en uno de los huecos que se abría entre las grandes piedras semejando una tenebrosa cueva.
Allí quedo sin plumas y desfallecido por el maltrecho viaje. Sin comida era difícil sobrevivir en aquel lugar. Al principio no se movía. Sus ojos estuvieron cerrados durante dos días y sólo se contemplaba el movimiento del cuerpo al respirar.
Si bien lo tenía todo en contra, dicen que la necesidad agudiza el ingenio y eso fue lo que ocurrió. Cuando nuestro pequeño amigo estuvo un poco recuperado, lo primero que hizo fue abrir los ojos. Sentía un hambre inmensa que no sabia como saciar. Era tan pequeño que apenas podía desplazarse de un lugar a otro. Entonces su hermosos ojos de luz de luna, heredados de su papá, se fijaron en un rincón de aquel lugar sombrío. Algo que crecía entre la escasa y húmeda tierra, al lado de una especie de pequeño manantial subterráneo: No sabia de que se trataba pero el instinto le hizo arrastrase poco a poco hacía la salvación, un grupo de setas que habían nacido al lado del agua. Con la buena suerte de que eran comestibles.
Poco a poco fue picoteando hasta que el buche abulto entre el escaso plumón. Así de esta forma pasaron los días. Aunque parezca extraño, el instinto de supervivencia es tan fuerte que hasta este pequeño ser se agarró a la vida comiendo lo que encontró para poder sobrevivir.
Y llegó el gran día, en que sus alas todas cubiertas de pluma, podían ser utilizadas para lo que habían nacido: «Volar entre las nubes y el viento".
Pero él no sabía lo que era. No sabía que era un ser libre que podían surcar el firmamento. Un día descubrió con extrañeza que al agitar las alas podía levantarse del suelo y que arriba en lo más alto brillaba una hermosa luz . Sus deseos por llegar a lo que había descubierto hicieron el resto y en poco tiempo estuvo volando. 
Voló con todas las fuerzas y ganas que sentía dentro del alma. Hasta llegar a la superficie. Entonces contempló algo que le provocó un miedo terrible y todo su cuerpo se agito de terror. Un páramo cubierto de espesa niebla, donde seres oscuros y terribles iban de un lado a otro emitiendo extraños gruñidos.
De repente uno de aquellos monstruos se le acercó y le habló con voz cavernosa:
-¿Tú quien eres? -nunca te había visto en el páramo del infierno.
-¿De dónde has salido?, no te pareces a ninguno de nosotros.
El pequeño gorrión se replegó sobre si mismo temblando de miedo, mientras susurraba:
-No se quien soy. Tampoco se lo que soy. Tengo algo que me hace volar cuando agito los brazos, pero no se porque me ocurre. Lo descubrí por casualidad.
Soy un ser extraño, no me parezco al resto de seres que habitan este lugar.
La forma grotesca lo miró con las pupilas enrojecidas de maldad y quiso aprovechar la ocasión para devorar al incauto, que hablaba con él sin conocerle de nada. En aquel lugar era costumbre alimentarse de los más débiles para sobrevivir, por eso al final sólo quedaban los más fuertes. 
Abrió la boca negra como la noche y soltó una larga y estrepitosa carcajada:
-Jajajajajaja...-¡ Voy a comerte!. Así me haré más fuerte y tú no tendrás que seguir en un mundo que no entiendes. Tampoco tendrás que hacerte más preguntas sobre quien o que eres.
Fue entonces cuando el pequeño pajarito alzo las alas al viento y voló. Voló con todas las fuerzas que le permitía su corta vida. Hasta alcanzar el cielo azul.
Primero perdió de vista al grotesco y oscuro ser que lo miraba desde abajo lamentándose de su mala suerte por el bocado perdido. Luego desapareció la niebla y el páramo horrible en el que había estado preso durante tanto tiempo.
Fue entonces cuando comprendió que había nacido para volar y para ser libre. Se alejó muy deprisa de aquel terrible lugar. Durante mucho tiempo vivió en diferentes lugares. Conoció especies de animales muy variadas  y también a los humanos. Pero aún así seguía sin saber quien era. Estaba muy triste pensando que no pertenecía a ningún grupo de los que había encontrado en su camino y que era un ser extraño en un mundo extraño. Un día sin saber como, llego a un hermoso bosque donde se escuchaba el trino de los pájaros y una agradable fragancia lo inundaba todo. Desde la rama de un árbol contempló a una bandada de plumosos gorriones que surcaban el cielo, loco de alegría al reconocerse en ellos extendió las alas al viento y se unió a sus compañeros. Por fin había conseguido saber quien era y para que había nacido.





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martes, 7 de enero de 2014

BALTASAR, GASPAR Y MELCHOR

Gaspar, Baltasar y Melchor. (I.M.S.T.)
Cuando era niña recuerdo mi gran ilusión en la noche de Reyes Magos.Imaginaba la cabalgata recorriendo un camino por el cielo, entre las estrellas y las nubes.Esperaba durante todo el año el gran momento.Cuando llegaba la noche mágica, antes de irme a dormir, colocaba mis pequeños zapatitos en la ventana. Procuraba dormirme lo antes posible para que llegara pronto la mañana. Entonces me levantaba de un salto y corría ilusionada para buscar los caramelos y golosinas mágicas que los Reyes Magos me habían dejado. En esta poesía hay algo de la niña que fui y de esa gran ilusión que todos los niños del mundo llevan dentro del alma.
Zapatitos en la ventana
zapatitos de inocencia,
de blanca luna y de sol,
esperan con ilusión
a los tres reyes magos,
Baltasar, Gaspar y Melchor.
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A través de las estrellas
viaja la magia sin descanso, 
viaja la magia con tesón.
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Recorre el mundo entero,
entre ricos, entre pobres,
la cabalgata es guiada
por el niño más humilde,
el mismo hijo de Dios.
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En su inocencia sueñan 
con fantasía los niños,
sueños de chocolate y turrón.
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Se acuestan muy temprano 
y esperan con ilusión
que se produzca la magia,
que se produzca el milagro
que alegre su corazón.
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Es la noche de los niños
y Jesús desde el pesebre
los contempla, los protege
y los bendice con amor.
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Porque hasta el lugar 
más humilde
de este mundo frío y árido
llega la luz del sol.
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Incienso, oro y mirra,
es el legado divino
de Baltasar,  Gaspar y Melchor,
el legado de la magia y del amor.
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