Se acercó con la cara demacrada
y ojos suplicantes.
Una lágrima salada y ardiente
rodaba por su mejilla.
Con voz entrecortada por el dolor
suplicó:
-¡Por favor señorita, por favor
écheme las cartas!... necesito saber...
Ella no podía entender,
no podía saber,
que el destino estaba escrito
y que su camino de vida
se abría con cada uno
de sus pasos.
La mujer la miró
con compasión
y tristeza al mismo tiempo
y su voz sonó como la tarde
lluviosa y gris:
-No puedo hacerlo
No me corresponde a mi
adelantar los pasos
en tu camino.
Es labor del tiempo,
la vida y de Dios.
No te anticipes,
no quieras saber más...

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