Como diría mi admirado poeta Antonio machado: "He andado muchos caminos, he abierto muchas veredas; he navegado en cien mares y atracado en cien riberas". Y ahora, después de todos esos pasos y mirando atrás, me doy cuenta de muchas cosas y hay otras que no puedo evitar que me duelan. Siempre me ha dolido el egoísmo y las personas egoístas y me sigue doliendo. Es algo que, aunque lo razone, no puedo evitar una punzada en el alma cuando lo presiento.
Y a pesar de todo, doy gracias por muchas cosas: por mi familia, que me quiere con el alma, y aunque no somos multitud, somos muy poquitos, pero el amor que nos tenemos es inmenso; por poder respirar y sentir la vida latir dentro de mi corazón; por todo lo aprendido, aunque a veces haya sido doloroso y entre lágrimas, era para mí y era necesario para formarme en esta escuela que es la vida. Doy gracias a Dios, no lo puedo ver, pero siempre lo siento y lo he sentido muy cerquita de mi alma y sé que puso delante de mí espinas y rosas y ambas eran necesarias para ser la persona que hoy soy y poder entender muchas cosas que sin esas experiencias no habría podido comprender.
A las personas que me dañaron y me cubrieron de dolor, también doy las gracias, por su ignorancia o maldad, ya no importa; no me corresponde a mí decir si fue maldad o ignorancia, eso les corresponde a ellos y a la vida. Sin saberlo, me hicieron un gran favor, me inmunizaron de muchas cosas y me hicieron más fuerte. Su maldad o ignorancia se transformó en mi sufrimiento y lágrimas y con el tiempo el sufrimiento y las lágrimas en un aprendizaje que de otra forma jamás hubiera tenido. A pesar de todo sigo conservando el alma y el corazón de la niña que fui hace tanto tiempo y le pido a Dios que la conserve siempre dentro de mi ser.
Este mundo sigue rodando, y con él la buena gente, esa que se deja el alma y el corazón por ayudar a los demás y como no, también la mala gente, esa que disfruta con la maldad y esparciendo cizaña y espinas en el camino de los demás. pero como he dicho antes, no me corresponde a mí juzgar nada; cada uno de nosotros somos nuestros propios jueces, y cuando alguien no es su propio juez, suele aparecer uno cuando menos lo espera y de la forma más inesperada.