Todos llevamos en el alma una dualidad: luz y oscuridad, bondad y maldad. Cuando un niño nace, es un ángel de luz, un lienzo en blanco donde la inocencia está grabada en su dulce existir. A medida que crecemos, la vida nos moldea, nos da una de cal y otra de arena, dulzura y amargura. Pasamos por experiencias que pueden ser terribles o maravillosas y todas ellas forman el libro de nuestra historia. Somos piezas moldeadas en el torno del destino.
Existen personas perversas cuyo lema es la maldad, sin importarles nada más que su propia satisfacción. Es un hecho. Pero, ¿por qué algunas personas actúan con tanta oscuridad en el corazón mientras que otras se dejan guiar por la luz de su conciencia? Es una pregunta eterna, tan antigua como el mundo mismo. Puede haber muchas razones, pero ninguna justificación. La maldad jamás es justificable desde ningún punto de vista.
Cuando la injusticia nos hiere, la indignación puede despertar en nosotros el deseo de devolver el daño. Es peligroso. Sumamente peligroso. Sentir rabia e indignación es inevitable, incluso sano, pero estamos a un paso de cruzar el límite y adentrarnos en la oscuridad y una vez dentro, puede que no haya retorno. La maldad es corrosiva; destruye todo lo que toca, como una manzana podrida que infecta a las demás.
La clave está en mantenernos firmes en nuestra luz, en resistir la tentación de la venganza y en ser guardianes de nuestra propia esencia.
Existen personas perversas cuyo lema es la maldad, sin importarles nada más que su propia satisfacción. Es un hecho. Pero, ¿por qué algunas personas actúan con tanta oscuridad en el corazón mientras que otras se dejan guiar por la luz de su conciencia? Es una pregunta eterna, tan antigua como el mundo mismo. Puede haber muchas razones, pero ninguna justificación. La maldad jamás es justificable desde ningún punto de vista.
Cuando la injusticia nos hiere, la indignación puede despertar en nosotros el deseo de devolver el daño. Es peligroso. Sumamente peligroso. Sentir rabia e indignación es inevitable, incluso sano, pero estamos a un paso de cruzar el límite y adentrarnos en la oscuridad y una vez dentro, puede que no haya retorno. La maldad es corrosiva; destruye todo lo que toca, como una manzana podrida que infecta a las demás.
La clave está en mantenernos firmes en nuestra luz, en resistir la tentación de la venganza y en ser guardianes de nuestra propia esencia.
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