Hace mucho tiempo en un remoto lugar habitó una malvada bruja que poseía un ojo mágico. Con él podía ver todo cuanto acontecía en el mundo.
Esta malévola señora se llamaba Maldad y necesitaba hacer daño a los demás para sentirse bien con ella misma. Una de sus práctica favoritas consistía en separar a los enamorados. Odiaba el amor y todo lo que se relacionaba con él. Cada vez que descubría una pareja feliz sentía una terrible furia y trazaba un plan para lograr la separación.
Mientras tanto en otro lugar del planeta, cerca de la ciudad sin nombre, vivía una pareja formada por Alma y Darío, dos jóvenes que se amaban con ternura. Todos los días después de sus quehaceres, salían a dar un paseo por el campo y llegaban hasta el lago que bordeaba el pueblo, para darse un baño en él.
Maldad llevaba tiempo observando a través del ojo mágico la felicidad de los dos enamorados y la envidia ardía dentro de su negro corazón. Poco a poco una idea fue tomando forma en su cabeza, se disfrazaría de la más hermosa mujer, jamás vista ni soñada, para seducir a Darío con sus artes mágicas.
Y así la malvada bruja se transformó en una joven de belleza deslumbrante. De larga cabellera rubia como los rayos del sol y ojos claros, de un azul violeta, que brillaban deslumbrando incluso a las estrellas. Una vez que estuvo satisfecha con su aspecto se dirigió al lago donde todos los días se bañaban los dos enamorados. Allí esperó agazapada bajo unos juncos, hasta que hicieron su aparición.
Los dos jóvenes se acercaron a la orilla de las mansas aguas y tras darse un cálido beso, se dispusieron a introducirse en ellas.
Fue entonces cuando Maldad se dejó ver en la parte derecha del lago, gritando con todas sus fuerzas y desesperación:
-¡Socorro, socorro... ayuda!. ¡Me ahogo, no se nadar!.
Darío sin pensarlo dos veces se tiró al agua y y nado rápidamente, hasta llegar a la altura de la joven que creía en apuros. Se acercó a ella, la tomó por debajo de los brazos y así nadó hasta conseguir llegar a la orilla.
Una vez en tierra firme Maldad lo miró con sus deslumbrantes ojos azul violeta y sin mediar palabra rodeo el cuello del joven con sus brazos de alabastro, dándole un apasionado beso impregnado de la poción mágica que había fabricado con tanto esmero.
Al momento el muchacho quedó hechizado por la magia de la bruja. Mientras tanto Alma contemplaba la escena sin poder dar crédito a lo que sus ojos estaban viendo. Su amado estaba abrazado a aquella mujer desconocida. La joven creyó volverse loca de dolor. Empezó a correr para alejarse de aquel lugar. En lo más profundo de su corazón deseaba morir. Sabia que no podía vivir sin él.
Con los ojos nublados por las lágrimas no se percató de la piedra que había en el camino. Al pisarla perdió el equilibrio y rodó hasta las aguas del lago. Quedó inconsciente y a punto estuvo de perecer ahogada.
Al abrir los ojos sintió un agradable aroma a rosas frescas y a lirios mezclados con agua. Entonces contempló asombrada a un niño rubio de pelo rizado, que llevaba en una de las manos un arco con varias flechas, mientras agitaba dos alitas que salían de sus sonrosados hombros. Alma inquieta y asustada por lo que estaba viendo preguntó:
-¿Quién eres tú?
El hermoso niño sonrió, dejando ver dos simpáticos hoyuelos en las mejillas:
-Soy Cupido, el dios de el amor. El responsable de todos los enamorados de este mundo.
Al oír estas palabras la muchacha no pudo contener los sollozos, mientras hablaba con voz desgarrada:
-Perdí mi amor. Me lo arrebataron.
El pequeño ángel hizo un gesto con las manos, como si aquello no tuviera importancia:
-Te equivocas, cuando uno a los enamorados con una de mis flechas, atravieso ambos corazones y eso no lo puede romper el hechizo de una bruja como la que has visto hoy.
La joven al escuchar estas palabras, preguntó asombrada:
-¿Es una bruja?
-Sí niña mía, ella es una bruja. Darío sólo te ama a ti, a pesar de que ella lo ha envenenado con una poción mágica.
-¿Y por qué ha hecho semejante maldad?- Preguntó enojada la muchacha.
-Porque odia a los enamorados. No soporta el amor entre ellos. Hace mucho tiempo ella también fue una joven enamorada como tú, pero su amor la abandonó porque fue a parar a los brazos de la muerte. Desde entonces se convirtió en lo que has visto hoy, un ser de las sombras, con el corazón de hielo.
¿Y qué puedo hacer?- Preguntó Alma con la esperanza reflejada en sus bellos ojos.
-Sólo una cosa: Volver al lugar donde esta la bruja y el amor de tu vida. Cuando estés allí finge que no la ves, como si no existiera. Deja que tu corazón se llene otra vez de amor y confianza hacia tu amado. Sólo así romperás el hechizo y podrás salvar ese maravilloso sentimiento. La confianza y el amor sin medidas, ni barreras es la mejor pócima capaz de salvar cualquier obstáculo.
Al escuchar estas palabras la muchacha casi gritó:
-¡Pero él la ama a ella!.
-¡Nooo, no la ama!. Sólo está hechizado por algo que cree que es amor y que en realidad no es nada, porque ni siquiera existe.
Después de estas palabras Cupido sacó una de sus flechas y la depósito en las manos de Alma diciendo:
-Toma esta flecha cuando él consiga verte y escuchar tu voz, cuando consiga distinguir tu imagen y lo mucho que le quieres, colócala cerca de la bruja y le háblale de cuando ella era feliz con su amado, de cuando no necesitaba destruir a otros para sentirse bien.
Alma partió a toda prisa hacía el lugar donde Maldad tenía a Darío. Al llegar a la cabaña que la bruja había convertido en una bella mansión, traspasó el jardín, donde las culebras parecían rosas de todos los colores y los árboles eran diablos disfrazados con hojas muertas. Allí estaba Darío en los brazo de la maldita bruja, embelesado por su voz. Alma tuvo que hacer un gran esfuerzo para no llorar amargamente, pero se contuvo al recordar las palabras de Cupido:
-¡Nooo, no la ama!. Sólo está hechizado por algo que cree que es amor y que en realidad no es nada, porque ni siquiera existe.
Ese pensamiento le dio fuerzas para continuar. Lo primero que hizo fue sentarse al lado del joven, mientras la bruja con voz colérica le gritaba:
-¡Maldita entrometida!. ¿Qué haces aquí?. ¿No ves que él ya no te ama?
Alma siguió como si no escuchara ni viera nada. Se acercó al Darío y le dio un beso en una de las mejillas. Después entonó una canción, aquella que siempre cantaban los dos juntos, cuando salían de paseo:
Mi amor es para ti... tú amor es para mi
amor, amor, nos une, nos envuelve....
el más bello sentimiento...
Como por arte de magia el muchacho volvió la mirada hacia ella con los ojos soñolientos. Era como si tratará de recordar algo muy lejano. Con un susurro preguntó:
-¿La conozco señorita?. Su voz me resulta familiar.
Alma conteniendo las lágrimas se fue acercando poco a poco a él cantando:
-Mi amor es para ti... tú amor es para mi
amor, amor, nos une, nos envuelve....
el más bello sentimiento...
La malvada bruja al darse cuenta de que el muchacho intentaba recordar, se abalanzó sobre la joven con la intención de hundirle una espada en el corazón, pero la joven la esquivó rápidamente y depositó sobre el suelo la flecha que Cupido le había dado, mientras se dirigía a ella con voz firme:
-¿Recuerdas cuando tú también podías sentir amor y el beso de la muerte te arrebató lo que más querías?
Al escuchar estas palabras Maldad profirió un desgarrador grito:
-¡Nooo, no quiero recordar, me duele el corazón demasiado!
La bruja no podía apartar la mirada de la flecha de Cupido: Su belleza lentamente fue desparecido hasta recuperar el aspecto que tenía antes del encantamiento.
Por su parte la muchacha seguía tarareando la bella canción:
-Mi amor es para ti... tú amor es para mi
amor, amor, nos une, nos envuelve.... el más bello sentimiento...
-La bruja acabó derrumbada sobre el suelo, asfixiada por su propio corazón, por su propia maldad, hasta desaparecer por completo en una especie de negra neblina. Alma abrazó muy fuerte a Darío y lo besó con ternura. Al sentir los labios de su amada el muchacho abrió los ojos y susurró:
Alma mi amor...¿Qué ha pasado? ¿Dónde estamos?