Aquél domingo fue un día triste y gris, como si el cielo estuviera de luto mortuorio. Las campanas de la iglesia doblaban a muertos y el olor a cirios y a crisantemos se esparcían por toda la calle. El cortejo fúnebre llevaba a hombros un pequeño ataúd blanco con un ángel de escayola gravado sobre la tapa. Caminando al lado una mujer totalmente vestida de negro dejaba escapar los sollozos sin control que se convertían en terribles lamentos:
-¡¡Mi niña, mi preciosa niña, mi clarita, maldito seas y ardas en el infierno engendro de Satanás!!!.
Las verjas del cementerio estaban a medio abrir por lo que varios hombres se adelantaron y las pusieron de par en par tras el sonoro chirriar de los viejos hierros enmohecidos.
En el silencio sólo se escuchaban los sollozos de la señora de luto y las paladas de tierra del sepulturero. De pronto un grito se hizo eco entre las tumbas y la madre cayó de rodillas ante la fosa:
-¡¡Abran, abran el ataúd me ha llamado, la he escuchado decir mamá, está vivaaaaaaaaaaaaa!!!
El silencio era sepulcral, todos miraban a la señora de negro de rodillas sobre la tierra aún fresca en la cual escarbaba con sus propias manos, mientras musitaba entre sollozos:
-Clarita, clarita, no tengas miedo, soy mamá, estoy aquí, ahora mismo te sacó de hay y nos vamos a casa las dos juntas.
Dos hombres con sombrero y capa levantaron a la mujer a la fuerza y la introdujeron en un coche mientras intentaban calmarla:
-Vamos señora la llevaremos a casa, tiene que descansar, la niña ha muerto, ya no se puede hacer nada, tiene que aceptarlo.
El coche se alejo del cementerio bajo la lluvia que empezaba a caer lenta y monótona.
La mujer desmadejada en el asiento trasero no paraba entre sollozos de pedir que la llevaran de nuevo junto a la tumba para rescatar a su hija, que no podían dejarla allí sola. Pero sus ruegos no fueron escuchados, el coche continúo adelante por el pavimento, ahora totalmente mojado, reflejando las luces de las farolas que alumbraban la oscura noche.
La mujer entre sollozos se derrumbó sobre la cama mientras un frío extraño se apoderaba de su cuerpo y de su alma. Aquella noche fue larga, demasiado larga. El viento azotó con furia las ventanas mientras en lo más profundo de aquella pesadilla una voz muy querida y familiar sonaba en sus oídos:
-Te quiero mami, no sufras estoy bien... pagará, pagara el daño que ha hecho, no lo dudes mami....
La voz infantil sonaba en los oídos de la mujer tarareando aquella canción de comba con una letra desconocida hasta ese momento.
1...2...3...4 el tío del saco, salgo de la tierra a saldar una deuda...
1...2...3...4 el tío del saco, salgo de mi tumba, te busco en la penumbra.
(6/11/2012)
Dedicado a mi admirado autor del terror:
"Howard phillips Lovecraft"
¡Caramba, amiga! Me ha parecido estar, casi visionando una película de terror, te ha quedado estupendo ese toque a misterio en el que no sabía si la madre conseguiría abrir el ataúd y sacar a clarita.
ResponderEliminarY ese final, en el que todo presagia una venganza en toda regla por parte de la niña.
Me encantó la narración, y la dedicatoria muy acertada.
Un fuerte abrazo.
Estimada amiga Mila muchas gracias por tu comentario. Me alegra mucho que te haya gustado. Admiro mucho a Howard phillips Lovecraft. Tiene la facultad de transmitir todo lo que ha dejado escrito. Un abrazo, feliz semana amiga.
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