Está sentada al final de la fila, en ese rincón donde los sonidos se apagan y la luz se acobarda. Su cuerpo no ocupa espacio: se ha hecho pequeño, como si estuviera pidiendo permiso para existir. Tiene el cabello caído sobre el rostro, casi como si supiera que mostrar la tristeza la hace más vulnerable. No llora, pero hay un temblor sutil en la forma en que sostiene la mochila… como si cada hebilla le sujetara el alma.
Los demás murmuran, se ríen, caminan a su lado como si fuera invisible. Uno la señala. Otro la empuja. Otro se burla sin siquiera mirarla. Ella no responde. Tiene la boca tapada por una cinta imaginaria, la que pone el miedo, la vergüenza, la costumbre de no molestar.
🎒 A veces aprieta los ojos fuerte, como queriendo borrarse. A veces los abre de golpe, como si esperara encontrar a alguien que la vea. Pero no hay nadie. Solo paredes con carteles que dicen "Respeto", y pupitres que nunca giran hacia ella.
Y en medio de ese silencio que pesa, hay algo que aún resiste: una mirada profunda, llena de mundo, esperando un gesto, una palabra, un “te veo”.
🕊️ No todos miran. Pero a veces basta con que uno lo haga.

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