Hay verdades que incomodan, presencias que desafían, voces que interrumpen el confort de lo establecido y en lugar de escucharlas, se opta por silenciarlas. Lo que estorba no se enfrenta: se aparta, se desacredita, se borra.
Pero lo más doloroso no es el acto de exclusión, sino el aplauso que lo acompaña. La complicidad de quienes no ven —o no quieren ver— lo que hay detrás. Esta reflexión nace desde ese lugar incómodo, desde la necesidad de mirar lo que muchos prefieren ignorar. Porque solo cuando se ilumina lo oculto, se puede empezar a transformar lo injusto.

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