En un mundo donde el dolor a menudo se convierte en identidad, y el resentimiento guía decisiones como una brújula rota, el respeto corre el riesgo de perder su esencia. No basta con invocarlo como consigna: el respeto verdadero no se impone, no excluye, no se disfraza de revancha.
Esta reflexión nace desde la necesidad de recuperar el sentido profundo del respeto: aquel que se construye desde la conciencia, la empatía y el coraje. Porque solo cuando dejamos de aferrarnos a la herida y elegimos mirar al otro sin miedo ni juicio, el respeto se convierte en una fuerza que libera.

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