Vivimos tiempos en los que el dolor no siempre se transforma en aprendizaje, sino que a menudo se convierte en identidad. En lugar de sanar, muchos lo esgrimen como bandera, justificando actos que perpetúan el daño. Esta reflexión nace desde la necesidad de mirar más allá de los discursos que se disfrazan de respeto, pero que en realidad limitan la libertad del otro. Porque cuando el resentimiento guía, la brújula está rota… y el camino, torcido

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