Cara lívida,
mirada perdida,
pies pequeños
entre calaveras
peladas y carcomidas.
Surge de su propia tumba,
vestido azul, alas negras,
en las manos la justicia.
En sus ojos no hay nada,
sólo el vacío de la tumba
donde estuvo sepultada.
Y son sus manos espadas,
cubiertas de hiedra amarga.
Pasos pequeños y firmes,
pasos de tiempos pasados,
ya suenan en la distancia.
Despacio, sin prisas,
pasos contados.
Sangre roja,
sangre fresca,
sangre espesa,
en el tintero
del tiempo.
del tiempo.
Por pluma
sus propios dedos.
Rúbrica sangrienta
que estampa
en el mismo cielo.
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