Dos tumbas lejanas
habitan en el fondo
de mi alma.
En una crece una azucena
inmaculada.
En la otra un ruiseñor
canta noche y día.
¡Astros de la noche!
¡Ríos, mares,
Universo infinito!
¡contadle a las lápidas
que brillan bajo la luna!.
Decidle a a ella
que en mi corazón habita,
que desde el día
en que nací
no la he olvidado
ni un sólo día.
Decidle a mi ruiseñor
querido que jamás nadie podrá
arrancar su recuerdo de mi,
que jamás le olvido.
¡Los demonios
de zarpas negras
que en este mundo
conviven y habitan!
Fueron los ladrones
de besos y despedidas,
de abrazos, de sueños,
y de sentimientos
y palabras sagradas
que nunca podrán
ser dichas ni oídas.
A cambio
de bajos instintos
de bajos instintos
que en el corazón
humano anidan.
A cambio de cosas
mundanas de la vida.
El Universo avanza
minuto a minuto,
hora a hora,
día a día.
Un cadalso de dolor en el palpita.
En las tumbas hay ojos, corazones
y entrañas que se retuercen y agitan.
La luna llora lágrimas de sangre
por la injusticia cometida.
Ella se cubre la cara
y lleva el pañuelo
de la despedida.
En cruz las manos atadas
se debaten por librarse
y tomar justicia.
¡La copa ya esta llena
y se desborda,
con las lágrimas vertidas!.
El Universo se revuelve
clamado justicia divina.
¡Canta agua!
¡Canta aire!
¡Canta ruiseñor!
¡Baila azucena!
La noche se acerca
envuelta en crespón
negro.
La mortaja está servida.
Señor ante ti me postro
de rodillas,
para rezar esta
oración que nuca antes
fue rezada ni oída.
Padre mío
cuida las dos tumbas
de mi alma
y pon tus manos divinas
sobre el puzzle de la vida

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