El bosque se alzaba sobre el embarcadero de tablas carcomidas por el tiempo.
La mujer atlética se agacho hasta situarse al lado de la delicada niña. La pequeña contemplaba con pupilas de miel al pequeño perrito sobre sus rodillas.
La pequeña sólo acertó a decir con voz temblorosa:
-El ha vuelto. Nos volverá a hacer daño.
La mujer la miro con dulzura y respondió con seguridad:
-Jamás volverá a hacerlo.
Después de esto depositó un beso en una de las mejillas de la niña, que continuaba con la cabeza agachada, mirando al pequeño cachorro y salió de la habitación.
Se dirigió al cobertizo de la parte trasera de la casa.
Una vez en él tomó entre sus manos un gran mazo de hierro. A pesar del peso y del volumen lo manejaba como una pluma.
Llevaba tiempo entrenando la fuerza y la musculatura.
Caminó por el bosque a grandes zancadas. El sol brillaba entre las copas de los árboles pintando rabiosos reflejos sobre las hojas, apenas movidas por la brisa.
Al fin diviso el embarcadero. Todo estaba en silencio. El viejo barco se tambaleaba sobre las aguas del lago.
Con manos firmes alzó el mazo de hierro y golpeó con todas sus fuerzas las tablas viejas y carcomidas por el tiempo. Las astillas saltaban por todas partes. El ruido era ensordecedor.
El hombre emergió de la embarcación medio soñoliento. Intentaba llegar a tierra a toda prisa, antes de que las tablas que lo separaban de la vida fueran destruidas. El mazo seguía implacable y demoledor. De pronto los pies del individuo quedaron atrapados entre dos tablas astilladas que hacían la función de un afilado cuchillo. Más que un grito de dolor fue el aullido de una bestia herida.
Fue lo último que se escuchó de su garganta antes de que el lago lo engullera. Mientras se hundía una mano agarrotada se alzaba inútilmente intentado pedir ayuda.
Ella había acabado la labor. Se dirigió a casa y abrazó a su pequeña. Se acabaron los miedos.
Habían pasado varias semanas desde que ocurriera el hecho. Una mujer, la misma que esgrimiera el mazo de hierro, caminaba por el cementerio entre lápidas blancas, agrupadas en hileras.
Sus ojos se fijaron en una de las inscripciones y suspiro aliviada.Un nuevo día empezaba a despuntar entre las amoratadas nubes.
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