Se quedaron atrás las hojas ocres de otoño, ribeteadas de oro.
Se quedaron atrás las calles de piedra, húmedas de niebla
y el punte alzándose sobre las sombrías aguas del olvido.
Se quedaron atrás los días de lluvia, en aquel lejano ayer,
cuando las esparragueras se engalanaban de finos espárragos,
retorcidos sobre sus propias espinas.
Todo se fue en el remanso de los recuerdos, fluyendo hacia
la desembocadura sin retorno.
Algunos retazos yacen olvidados, en una tumba lejana,
pintada de cal y tiempo.
Y allá en la tierra del olvido, los lirios del campo, tan azules
como el cielo, siguen callando su desolación.
A veces se oscurecen, tornándose morados, porque las lágrimas
les ennegrecen el alma.
Las rosas no pueden regresas del pasado, ni los extraños narcisos,
que intentaban con su aroma aliviar el asfixiante ambiente,
sin conseguir cambiar el peso de la nada.
Primaveras, veranos, otoños, inviernos que se fueron
de puntillas, por la senda del tiempo, sin retorno.
¡La luna escarchada era tan hermosa en las negras noches!.
¡Y el camino de plata que subía hasta el cielo,
por donde mis pies se deslizaban sin caminar!
por donde mis pies se deslizaban sin caminar!
Allí podía contar las estrellas y hasta fundirme con el firmamento.
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