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miércoles, 25 de diciembre de 2013
La bruja (La flor que crece sin descanso)
El campo estaba helado. Hortensia tiritaba cada vez que sus ojos se posaban sobre la escarcha de los alcauciles, que como cabezas misteriosas salían a su encuentro en cada paso. Las hierba verde y alta, por las últimas lluvias, se doblaba sobre si misma, para protegerse de la inclemencia del frío mes de enero. Ella no deseaba ir al cementerio en aquellas fechas. Pero lo había prometido a la abuela. Cada año cuando el frío destrozaba los huesos y encogía el cuerpo, como alma en pena se calzaba las botas de cuero viejo, que le regaló Doña Carmelina antes de morir y partía embutida en el chaquetón grueso de lana, camino de sus miedos. La abuela de rosadas mejillas y pelo de nieve, se había hecho un hueco en el campo santo, varios años antes.Doña Carmelina, a la que todos llamaban la bruja, porque podía curar cualquier enfermedad con solo imponer las manos. Se comentaba entre los aldeanos que esas cosas son heredadas por los miembros de la misma familia, de generación en generación. Quizás esa era la razón por la que pocos pretendientes se acercaban a la muchacha. El miedo a lo desconocido les hacia mantener una prudente distancia. Carmelina hizo tanto bien antes de morir en aquel pueblo, que resultaba injusto que nadie mencionara su nombre. De repente volvió a escuchar las palabras de la abuela martilleando en su cerebro:
-Hortensia debes ir al cementerio cuando el frío es más intenso. Iras cada año, como hemos hecho todas las mujeres de la familia, desde hace siglos. Una vez allí dirígete a la tumba blanca, aquella que alberga el alma más pura y busca sobre la tierra, la flor que crece sin descanso. Cuando la tengas entre tus manos guárdala en tu corazón, de esa forma podrás ayudar a los demás cuando te lo pidan. No dudes que un día cuando menos lo esperes acudirán a ti. Has de estar preparada para cumplir tu misión.
-Abuela yo no se donde está la tumba blanca - Había contestado Hortensia- con el miedo reflejado en sus hermosas pupilas de azabache.
La abuela la había mirada de aquella forma tan especial, como solo ella sabia hacerlo:
-Querida niña no tengas miedo de lo que escuchen tus oídos. Cuando los cipreses empiecen a bailar la danza de la muerte baila con ellos. El viento te susurrara al oído y la niebla construirá un camino para que tus pies transiten por él.
Hortensia se estremeció dentro del grueso chaquetón, mientras la pregunta recorría su mente:
-¿Ahora... soy yo la bruja?.
Buscó con la mirada una respuesta, pero sólo puedo ver las paredes blancas, cubiertas de musgo verdinoso, del campo santo. En esos momento comprendió que no podía seguir huyendo de su destino.
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Bonito relato, me ha encantado. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias Marina me alegro mucho que te haya gustado. Te deseo un hermoso jueves amiga.
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