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viernes, 15 de enero de 2021

La mujer del velo negro. *Leyenda urbana*

Jugar con el amor, es como jugar con fuego, puedes acabar quemándote

 

Existe una antigua leyenda en Mexico que corre de boca en boca, sobre una mujer que se cubre el rostro con un túpido velo negro.

El que juega con el amor es como el que juega con el fuego. Puede acabar quemándose.

Hoy comparto una Historia basada en una Leyenda popular de México que se llama: "La mujer del velo negro"

Esta historia tan antigua y que es tradicional en México, invita a la reflexión a la hora de engañar a otras persona con amores fingidos.

Porque nunca debemos hacer a los demás lo que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros

Cuenta la Leyenda que hace mucho tiempo en un pequeño pueblo de México vivía un apuesto y embaucador joven que tenía la costumbre de enamorar a todas las mujeres que se cruzaba en su camino.

Tenía una técnica muy estudiada que siempre le daba buenos resultados: Primero las convertía en el centro de sus atenciones y galanteos hasta que estas caían rendidas a sus pies. Al cabo del tiempo se cansaba de ellas y luego las abandonaban y repetía lo mismo con otra nueva víctima numerosas veces y de forma incansable. Era su forma de divertirse y pasarlo bien

Un día Antonio, que así se llamaba nuestro galán, conoció a una bella muchacha llamada Guadalupe en la cantina del pueblo. Bailo con ella hasta altas horas de la noche y después la acompañó a su casa.

De esta forma comenzó a ganar su confianza  a embaucarla con sus galanteos y zalamerías. La joven cayo perdidamente y sin remedio enamorada de él.

Al cabo de un tiempo Antonio cansado de su víctima la abandono como solía hacer con todas las que se cruzaban en su camino y se dispuso a buscar una nueva incauta a quien engañar.

Gudalupe le suplico que no se marchara. Le dijo que lo amaba profundamente y que no podría vivir sin él. Con lágrimas en los ojos le suplico una y otra vez que no la dejara, que se quedara con ella Pero Antonio se burlo de ella y se marchó sin volver la vista atrás.

Tras la marcha de Antonio la muchacha cayó en una terrible depresión. No comía y se pasaba el día llorando y recordando al amor de su vida. Rogando que volviera con ella y que no la volviera a abandonar nunca más.

Una noche de invierno murió la infeliz  con el nombre de su amado en los labios y el corazón roto por el el dolor del desamor, que no había podido llegar a superar, a pesar del cariño y los buenos consejos de sus familiares y amigos. En su lecho de muerte mientras exhalaba el último suspiro juro regresar a buscar al amor de su vida, para llevárselo al otro mundo con ella y no separarse jamás de él.

Antonio a pesar de haber tenido noticias de la muerte de Guadalupe no fue a su entierro y se limitó a decir que seguramente estaba enferma de alguna extraña enfermedad mucho antes de conocerla y que esa había sido la causa de su fallecimiento.

Y así de esta forma y sin ningún tipo de remordimientos de conciencia siguió adelante con su vida y sus prácticas amorosas. 

Habían pasado varios años de la muerte de Guadalupe y Antonio continuaba frecuentado la misma cantina del pueblo donde se reunían las muchas y muchachos del lugar, para beber y bailar todos los fines de semana.

Un sábado pasadas ya las doce de las noches y con más copas de la cuenta en el cuerpo, se dirigió a su casa que estaba a las afueras del pueblo por una callejuela de la parte de atrás del establecimiento de copas.

Desde la distancia pudo contemplar la hermosa silueta de una mujer vestida de negro. Sobre el rostro llevaba un hermoso velo de encaje muy tupido. Se quedó mirándola por largo rato, admirando su escultural cuerpo y sus cabellos negros como el azabache que brillaban bajo la luz de la luna. La mujer no pareció verlo y simplemente se dio la vuelta y desapareció por una de las esquinas de la calle contigua.

Se repitió lo mismo durante tres noches seguida, sin que Antonio se atreviera a llamarla o a acercarse a la desconocida.

Sin apenas darse cuenta Antonio se había enamorado de forma extraña de aquella misteriosa joven y ardía en deseos de conocerla. No podía apartar sus pensamientos de ella ni un solo momento del día. Quería saber quien era y confesarle la atracción que sentía hacia su persona.

La cuarta noche al aparecer la bella desconocida corrió rápidamente hacia ella, para evitar que se esfumara en la oscuridad como las noches anteriores.

Al llegar a su altura la saludo con cortesía y le preguntó que que hacia en aquel lugar. Ella lo miró bajo el velo que le cubría el rostro y contestó:

-Hace mucho año conocí a un hombre en este lugar y nunca lo olvidé. Cada noche regreso a recordar al amor de mi vida. Al que nunca he podido olvidar.

Antonio se había propuesto enamorarla a costa de lo que fuera y y se ofreció galantemente a acompañarla.

Ella acepto el ofrecimiento del muchacho. Caminaron por un largo espacio de tiempo por las calles, bajo la luz de la luna.

La presencia de aquella desconocida producía en la mente de Antonio una extraña borrachera, que no era debida a los licores que había tomado en la cantina. El culpable era aquel perfume extraño y embriagador que desprendía la presencia de la misteriosa dama.

Había perdido la noción del tiempo y no sabia cuanto rato llevaba caminando al lado de la joven. Hasta que de pronto se dio cuenta que habían atravesado las verjas del cementerio. Extrañado se detuvo y se dirigió a la dama para preguntarle;

-¿Qué hacemos en este lugar?

-Ven- Le contesto ella con voz melosa te quiero mostrar algo

Antonio supuso que debía de tratarse de algún familiar que había muerto recientemente y que ella quería visitar

La siguió en silencio, hasta llegar a una tumba de mármol blanco, donde podía leerse en letras grandes y claras:

El ingrato su promesa no cumplio

y aquí yace Gudalupe por una pena

de amor.

Antonio al leer aquellas letras se puso blanco de terror al recordar a la mucha muerta unos año antes.

Fue entonces cuando la misteriosa dama levantó el velo y dejo ver su rostro cadavérico en el que aún se podía reconocer algunos rasgos de la fallecida Gudalupe.

-Antonio he venido a buscarte. Me juraste amor eternos y vengo a que esa promesa se haga realidad

Y rodeando su cuello con los esqueléticos brazos lo arrastro hasta hundirlo en la tierra junto a ella.

Al poco rato el abrazo de la muerte los unió a los dos para siempre y por toda la eternidad.

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