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martes, 25 de agosto de 2015

El legado



Había esperado tanto aquel momento que sus ojos brillaron de emoción al recibir la noticia. La abuela Leonor le había dejado la casa de campo que tanto le gustaba. Tenía más nietas pero ella era la preferida de la abuela. No le importó someter a intrigas a sus primas. Descalificarlas e incluso difundir rumores malsanos para contaminar el cariño que la abuela sentía por todas sus nietas. Tras la muerte en el testamento se podía leer su único y expreso deseo: 
-Dejo la casa de campo a mi querida y amada nieta Elisenda para premiar la dedicación a mi persona y su ejemplar comportamiento durante todos estos años
Se sonrió pensando en lo bien que le había salido todo. Hasta las lágrimas fingidas en el funeral habían quedado perfectas. 
Se apeó del coche para contemplar su triunfo. Allí estaba la casa que tanto había deseado. Torció el ceño acodándose de sus primas: 
-Esas desgraciadas no tienen derecho a nada. Siempre fueron unas incautas infelices . Tienen lo que se merecen: «NADA». 
Se sonrió y traspasó el umbral. Contempló los muebles de gran valor histórico a juego con los grandes ventanales plicromados.
Caminó hasta la habitación donde había muerto la anciana, divisó el cofre de madera sobre la mesa de noche, repleto de antiguas joyas de oro, plata y pedrería. 
Era feliz mientras saboreaba la victoria. 
Merodeo por la casa para comprobar que todo estaba igual que cuando vivía la abuela. 
Después se dio un baño y se encaminó a la cocina para prepararse algo rápido. No quería entretenerse demasiado. Estaba deseosa por contar y recontar todas las joyas que había en el cofre. Quería descartar que alguien hubiera sustraído alguna en su ausencia.
Se sentó en la cama de Doña Leonor, que se reflejaba en el gran espejo de talla maciza, de cristal fino y pulimentado. Lo primero que encontró fue un hermoso anillo de oro viejo con un bello diamante. No puedo contener la emoción y se lo coloco en el dedo. Luego el collar de perlas de la abuela alrededor del cuello y un broche con una hermosa turquesa que prendió en su pecho. Se puso de pie y se acercó al viejo espejo tallado y remarcado en oro.
Se contempló con satisfacción mientras se decía a si misma: 
-Estoy hermosa. Esta es la recompensa al trabajo bien hecho.
Casi se le escapó una carcajada, al pensar en su hábil manipulación. 
De repente sintió como el dedo le ardía. Contemplo horrorizada que el anillo estaba al rojo vivo. Intentó deshacerse de él, le fue imposible, se había fundido con la piel. Gritó desesperada, pero nadie podía oírla, estaba sola. El terror se apoderó de ella al darse cuenta de que el broche se había convertido en una antorcha viviente en su pecho. No podía apartar la mirada desquiciada de su propio reflejo en el espejo de la abuela. También el collar de perlas parecía haber tomado vida propia, convertido en una gruesa cadena, la asfixiaba lentamente. Apenas podía respirar ni emitir sonido alguno. 
Sus cabellos se erizaron al encontrarse con la mirada de ojos grises al otro lado del espejo. La abuela la miraba con un brillo extraño en las pupilas, mientras de sus blancos labios pintados de muerte salían las heladas y casi metálicas palabras:
-Estas hermosa Elisenda. Te lo mereces por tu gran dedicación a
la mentira y la hipocresía.
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