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miércoles, 26 de agosto de 2015
La tumba (Capítulo I)
Maira se vistió con un vestido ligero y vaporoso. La tarde era plomiza y amenazaba tormenta.No quería entretenerse. Tomó el bolso. Colocó en su interior un paragüas plegable y salió a toda prisa.
Condujo con cuidado hasta llegar al viejo cementerio de piedra. Una vez allí aparcó y abrió la verja de hierro desgastada por el tiempo. Nunca pudo entender a la abuela. Aún entendía menos su deseo expreso de ser enterrada en aquel lugar tan olvidado del mundo.
Jamás se consideró una persona miedosa, pero aquel lugar tenía algo que la sobrecogía, quizás el olor a hierro mohoso o tal vez la sensación de que el aire pesaba sobre su cuerpo. No le gustaba frecuentar aquel sitio, pero cada año iba a depositar un ramo de rosas sobre la tumba de su querida abuela.
-¡Que sitio tan tétrico y lúgubre!- masculló entre dientes, mientras depositaba el ramo sobre la tierra verdinosa.
La lluvia hizo su aparición. Al principio finas gotas que acariciaban el cabello de la muchacha, pero al cabo de pocos minutos se hizo torrencial. Maira buscó refugio bajo uno de los tejados que sobresalían de un panteón cercano.
-¡Lo que faltaba!, ¡maldita lluvia! -Masculló entre dientes. Con gesto contrariado miró al cielo intentando descubrir algún claro que vaticinará el fin de la tormenta, pero la tarde estaba cada vez más oscura.
Se dispuso a volver a casa, pero algo la detuvo en seco. Un grito ahogado. Una especie de jadeo entrecortado que no parecía humano. Sintió como se le erizaba la piel mientras su frente se perlaba de un sudor frío y viscoso.
-¿Quién gritaba de aquella forma tan terrible?. estaba completamente sola en medio de la nada. Intentó correr, pero sus pies no se movieron ni un milímetro. El terror la había paralizado por completo.
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