Querido diario:
Esta noche estoy aterida de frío. Un frío inexplicable. Creo que se me ha helado el alma.
Ni siquiera siento deseos de subir de nuevo al torreón. Sólo quiero escapar de aquí. Gritar muy fuerte hasta quedarme sin voz.
Anoche fue la peor pesadilla de mi vida. Me gustaría pensar que no fue real, pero lamentablemente si lo es.
Creo que es el terror el que hiela mi cuerpo y hace que mi corazón se agite alocadamente una y otra vez.
No podía dormir. Me desveló la tormenta y los rayos que caían sobre la parte exterior del castillo retorciéndose como culebras enfurecidas en la oscuridad.
Me levanté descalza. Me asaltó la necesidad imperiosa de asomarme a los ventanales del pasillo. Los que dan a la parte delantera del mausoleo, al que tanto miedo le he tenido siempre.
Cuando miré al exterior se me encogió el alma dentro del pecho.
En la profunda oscuridad de la noche. Iluminado a breves intervalos por los rabiosos rayos, puede divisar al conde bajo la lluvia. Llevaba algo envuelto en una manta que apretaba con fuerza sobre su pecho. Tuve que ahogar un grito de horror que pugnaba por salir de mi garganta.
¡Parecía un bebé!.
La manta en la que estaba envuelto fue azotada por una ráfaga de aire y el pequeño cuerpo quedó al descubierto, sin dejar ningún tipo de dudas.
¡Parecía un bebé!.
La manta en la que estaba envuelto fue azotada por una ráfaga de aire y el pequeño cuerpo quedó al descubierto, sin dejar ningún tipo de dudas.
Contemplé como abría la verja de hierro enmohecida. La misma donde hace tanto años apareció aquella niña ante mi.
Después entró en el mausoleo y cerró tras de si. La lluvia golpeaba con rabia todo el paraje. Una vez más estaba petrificada por el horror.
-¡Pero esta vez tenía que reaccionar!.
No podía permitir que aquella criatura corriera ningún tipo de peligro.
Me calcé y me puse ropa de abrigo. Bajé hasta la cocina. Tomé el cuchillos más grande, el que la cocinera emplea para descuartizar las piezas más difíciles y caminé hacia la puerta principal, dispuesta a todo.
La humedad y el frío del exterior eran terribles. Abrí la verja de hierro enmohecida y me enfrenté a mis antiguos miedos.
El olor era nauseabundo, a sangre fresca y a moho. El mismo que desprende la cocina cuando preparan y descuartizan los animales.
Seguí adelante intentando no hacer ruido. Las paredes estaban húmedas y agrietadas. Cada vez que apoyaba en ellas mis manos, un escalofrío recorría todo mi cuerpo.
Al fin pude divisar una especie de sala iluminada por varias antorchas y un viejo candelabro de hierro. Me oculté en el pequeño pasillo que da a la estancia. Desde allí podía contemplar la escena dantesca. Sentí que enloquecía ante lo que mi razonamiento se negaba a admitir. Tuve que realizar un gran esfuerzo para no empezar a gritar como una posesa.
La joven estaba en una especie de jaula giratoria, cerrada por un enorme y pesado candado.
-¡Sus ojos!
-¡Había algo extraño en sus pupilas!
Algo que me recordó a la niña del mausoleo y a katia, la esposa de Andrei.
Era hermosa, de piel tersa, extrañamente blanca. Labios rojos como la sangre, cabellera rubia y ondulada con reflejos metálicos difíciles de describir. Casi parecía irreal.
Con sus níveas manos agarraba fuertemente los barrotes, mientras seguía con la mirada al conde. Tenía centrada toda su atención en lo que éste estaba haciendo. El por su parte le hablaba sin mirarla, mientras dejaba sobre la vieja mesa de piedra, algo que no se movía, ni emitía el más mínimo sonido.
-¡Un pequeño cuerpo, inerte y frágil!
La pena y la congoja se apoderó de todo mi ser y lágrimas silenciosas empezaron a rodar por mis mejillas.
El continuó ajeno a mi presencia:
-¡Está muerto!. ¡Nació muerto!.
-¿Ves está muerto?. Repetía una y otra vez como si quisiera convencerse a si mismo de sus propias palabras.
Luego murmuró entre dientes una pregunta terrible:
-¿Acaso crees que mataría por ti?
Luego murmuró entre dientes una pregunta terrible:
-¿Acaso crees que mataría por ti?
Acto seguido depositó el maletín negro que tenía en el suelo, sobre la mesa y lo abrió.
Sacó de él un bisturí y unas afiladas tijeras.
Lo que ocurrió a continuación fue dantesco. Sentí unos tremendos deseos de escapar de aquel infierno.
Me tape los ojos para no contemplar el mismo averno.
Me tape los ojos para no contemplar el mismo averno.
Podía escuchar el sonido de las tijeras, ayudado por el bisturí.
La sangre inocente y dulce goteaba sobre la mesa. El continuaba su labor, ajeno a todo lo demás, concentrado en la perfección de los cortes.
Ella desde la jaula parecía una fiera hambrienta, celebrando el jugoso festín. Salivaba una y otra vez, dejando entrever los dientes, afilados como cuchillos, de una blancura deslumbrante. Huí de aquel lugar despavorida. Cuando por fin llegue al exterior el frío de la noche y la lluvia golpearon mi rostro y una bocanada de asco y terror subió por mi garganta terminando en profundas arcadas que me hicieron doblarme sobre mi misma.
(25 de enero del 2013).
He leído este capítulo y el anterior... ¡¡¡son tremendos!!! Comunicas muy bien la sensación de miedo, casi claustrofóbico, de la pobre chica. No quiero pensar qué clase de monstruo será la mujer de la jaula y de dónde habrá sacado el conde al bebé.. espero la continuación. Un beso enorme y felicidades por el relato
ResponderEliminarMuchas gracias Chari por tu comentario. Pensé que este capítulo era un poco fuerte y por eso puse la advertencia para que nadie se sintiera mal al leerlo. Me alegro mucho que te haya gustado amiga. Tengo que continuar la historia, estos capítulos son del año 2013, cuando la empecé. Feliz principio de semana y muchas gracias.
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