Muchas veces me he sentido como la pieza que no encaja en el perfecto y bonito puzle. Esa pieza diferente que no encuentra su propio hueco, dentro de un puzle demasiado bien hecho. Siempre procuré vivir mi vida y dejar vivir a los demás. Pero como bien saben hay personas que viven y en su egoísmo olvidan que los demás también tienen derecho a vivir. Ahora reflexionando sobre el tema y desde este punto en el que me encuentro, me doy cuenta como el gran teatro desfilaba ante mis ojos. El teatro en el que los actores representaban su papel a la perfección. Yo los observaba en silencio, desde el espacio de mi alma que solo a mi me pertenecía. Ese espacio donde nadie podía entrar. Los observaba y estudiaba en silencio una y otra vez mientras hacían sus diferentes representaciones. Desconozco el porque siempre fui consciente del gran teatro y la tremenda función, en la que nunca participé. A veces me pregunto:¿Qué hubiera sido de mi vida si no hubiera sido consciente de esa representación y hubiera acabado siendo una actriz más de ese gran teatro? Nunca voy a poder saber la respuesta a esa pregunta. Quizás sería una persona muy diferente a la que soy en estos momentos. De haber comido y bebido de las apariencias tan sumamente importantes, las etiquetas y las palabras endulzadas, en las que cada letra llevaban una gota de veneno o una afilada espina disimulada con gran maestría, hasta parecer el más bello y delicado obsequio. Sin lugar a dudas yo era esa pieza fuera de lugar que no encajaba en el puzle tan bien presentado. Después de mucho tiempo y tras recorrer gran parte de mi camino de vida, resultó que en uno de los recodos descubrí algo muy curioso y que no hubiera imaginado y es que la felicidad no consistía en encajar en el puzle tan bien construido y aparente como una de aquellas piezas. La felicidad consistía en encajar en el corazón imperfecto, donde la verdad y el amor a veces hacen bultitos desiguales y te acarician con sus imperfecciones.
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