Translate

martes, 24 de noviembre de 2020

Gracias por las rosas y las espinas de mi camino

 El mundo no es bueno ni malo. El mundo lo construimos entre todos los seres humanos. Con nuestras acciones y palabras. Somos nosotros los que con la experiencia recibida y a través de nuestro aprendizaje, nos volvemos diferentes y volvemos diferente todo cuanto nos rodea y es entonces cuando empieza a caer la venda de nuestros ojos y empezamos a ver todo aquello que antes nos era imposible descubrir. Y ocurre el hermoso milagro, las lágrimas dejan de caer por lo que no merece la pena y simplemente nos retiramos, sin rencor, sin ira, sin resentimiento. Con total calma y serenidad. Sin que nos reviente el alma de dolor.  Al volver la vista atrás y contemplar nuestras huellas del pasado, damos gracias a Dios y a todo aquello que nos ha formado poco a poco, en el torno de la vida. A todo lo que nos ha hecho comprender que la vida es un regalo muy valioso que no podemos desaprovechar. Es entonces cuando se empiezan a disipar las tinieblas y la luz nos ilumina el alma mostrándonos que hemos nacido por una razón determinada y para algo concreto, aunque ignoremos en esos momentos el porque de muchas cosas. Al caer la venda de nuestros ojos, nos damos cuenta de que todos somos necesarios, incluso aquellos que intentan dañarnos el alma con sus palabras y acciones. Porque sin ellos las lecciones más duras y necesarias de esta vida no se podrían aprender. Quizás ellos son los que nos enseñan más. Nos muestran que todos somos diferentes e imprescindibles. Una cadena de eslabones que se unen entre sí, sin importar la forma y que necesitan los unos de los otros para formar esa cadena perfecta. Al llegar a este punto nuestro corazón siente la alegría, el gozo y la necesidad de dar gracias por todo. Incluso por aquello y por aquellos que nos arañan el alma, porque ellos son los que nos enseñan las lecciones más dolorosas y necesarias.
Recuerdo a mi pequeña niña, corriendo y jugando entre rosales silvestres, margaritas y amapolas. A veces se apartaba, se quedaba muy quieta en un rinconcito, contemplando la lluvia caer. Sintiendo la humedad en sus pequeños huesos y el olor a vida. Aún así, ignoraba su propia existencia en este mundo. También lo ignoraba la adolescente de mirada nostálgica y tierno corazón, la que soñaba con  cosas hermosas y lejanas y que en sus sueños podía tocar con el alma. Un día sin avisar llegó la mujer y su mirada dejó de ser la misma. La niña le prestó su corazón y la adolescente su alma soñadora. Las tres se convirtieron en una amalgama perfecta. La mujer albergaba dentro de su ser a la tierna y dulce niña que entrelazaba el alma con la de la  adolescente soñadora y la mujer dejó de ser la una y la otra, para convertirse en ella misma. Y al volver la vista atrás contempló el camino recorrido. Todas aquellas espinas y rosas por las que su pies habían transitado. Todas las las heridas y llagas que le habían hecho retorcerse de dolor y sintió un profundo agradecimiento en su corazón. Agradecimiento por todo lo aprendido. Porque ahora era inmune a esas cosas que antes la destrozaban y le dejaban en carne viva el alma. El veneno había hecho el efecto contrario, le había dado la vida y la visión para aquello que antes no podía contemplar. Todo era más fácil, muchas cosas habían dejado de doler. Había soltado todas las pesadas piedras. Todas aquellas toneladas que le hacían tambalear el alma. Ahora caminaba ligera de equipaje, con la vista puesta en el cielo del amanecer, y los pies en el aquí y ahora de su existencia y todos los días de su vida no alcanzaban para dar gracias por todo lo aprendido. Para agradecer por todas las rosas y espinas de esta vida. Gracias por el dolor, por la felicidad, por las sonrisas y  por lágrimas. Gracias.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.