No lo podía entender

 Lo que más me gustaba de mi pajarita azulita era el brillo de la inocencia que reflejaban sus ojos.

Es tan difícil encontrar un poquito de inocencia y de pureza en este mundo en el que los intereses todo lo llenan.

Que tristeza y decepción la primera vez que me di cuenta de que todo se mueve y gira en torno a un interés.

Y fue entonces cuando empecé a preguntarme, en plena adolescencia, si existía algo en esta vida de verdad. Algo que no persiguiera un interés.

Recuerdo la primera vez que me llevaron al circo. Era todavía muy pequeña, quizás unos cinco o seis años. Fijé mis ojos muy abiertos y asombrados en los trapecistas y en sus peligrosas acrobacias.

No entendía el porque se movían sin ningún tipo de protección.

Y entonces pregunté al adulto que me acompañaba el motivo por el cual no ponían una red para protegerse, si sufrían una caída.

La respuesta me dejó helada. No la esperaba. En mi inocencia jamás hubiera pensado una respuesta como esa: 

"Porque entonces nadie vendría al circo. Si no hay emoción a nadie le interesa" 

Aquello parecía lo más normal del mundo y como debía de hacerse.

A pesar de mi corta edad intuía que algo no estaba bien. 

Algo fallaba ¿O quizás la que fallaba era yo por no sentir y pensar de la misma forma?.

No conseguía comprender como se podía disfrutar y sentir emoción con el peligro de otra persona. 

Yo no sentía eso. Sentía todo lo contrario. Sentía miedo.  Miedo de que pudieran caer desde las alturas y perder la vida o  hacerse un daño terrible.

Ese día fue la primera vez que empecé  a pensar y a cuestionarme si yo era la rara o los raros eran ellos. Pero ellos eran muchos y yo solo era una niña y además diferente, por lo tanto y seguramente la rara era yo por no compartir los mismos gustos y forma de pensar.

Fue ese día cuando comprendí que yo sentía de forma diferente y que el mundo era un lugar extraño al que me costaría acostumbrarme.

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